jueves, 23 de febrero de 2012

COMIENZO, pág. 4

"Abrió los ojos y se encontró con la noche ya muy avanzada. Se levantó con cierta torpeza todavía, con las piernas adormecidas por las muchas horas sentado y se asomó a la ventana. La calle vacía y silenciosa le pareció más fea que de costumbre, mientras cayó en la cuenta de que no recordaba donde había aparcado su viejo coche, el que volvió a poner en marcha cuando se quedó solo.

Se desperezó camino del baño, donde simplemente se lavó las manos y la cara, se miró y se cercioró de que su barba casi blanca era ahora más suave, después de tantos días sin afeitarse. En el dormitorio rebuscó en el cajón de la mesilla algo de dinero, lo  metió en el bolsillo y sin cambiarse siquiera de camisa decidió salir a dar un paseo. Cerró la puerta con cuidado de no molestar a los vecinos y bajó los cuatro pisos por la escalera.

El aire de la madrugada era frío, pero no le importó y encendió un cigarrillo. Al empezar a caminar por la acera se reconoció reflejado en el cristal de la pequeña tahona donde solía comprar el pan y pudo comprobar que tenía un aspecto realmente malo. No sólo estaba descuidando su trabajo, que en tiempos fue además su pasión, también su aspecto era decadente, no, más que decadente, sucio, pero se encogió de hombros y siguió calle abajo. Al llegar al primer cruce el frío se intensificó a causa de la brisa y mirando a su izquierda, sin levantar demasiado la cabeza, sus ojos tropezaron con unos tacones y unas piernas. Era June, la puta del tercero. Muchas noches la escuchaba volver, sus pasos lentos en la casa, de mujer cansada y luego el silencio. Se saludaron apenas con un gesto, ella retomó los pasos de él y él descendió sobre los de ella, rumbo al paseo marítimo, al mar, como siempre, al mar.

Empezaba a amanecer cuando llegó hasta la punta del faro, como solía ocurrir desde hace más de dos años. Dos años de vida insomne, baldía y solitaria, dos años sin ti, pensó. Dos años y un día, como una condena, una sentencia de muerte sin fecha de ejecución, eso es mi vida, murmuró en voz alta sentándose con la espalda apoyada en la base del faro.

Entre todo lo que había descartado de sus días estaban también los relojes. Una mañana de ira había metido en una bolsa de basura el despertador, los relojes de pulsera y un par de ellos de pared y los había lanzado dentro del contenedor con cuanta fuerza le fue posible, de modo que ahora no sabía nunca la hora, ni preguntaba por ella. Comía si tenía hambre, dormía si tenía sueño, que era muy raramente y escribía o mejor, intentaba escribir, siempre que era capaz de salir de su ensimismamiento, lo cual era cada vez menos frecuente. Sin embargo, esta mañana recordó la llamada de su editor y consciente de que no tenía nada que ofrecerle decidió que empezaría a escribir, en ese mismo instante, su último libro y no sería una novela ni un ensayo ni un cuento. Escribiría un libro de poemas, todos los poemas que siempre tuvo miedo de llevar al papel y después, después pondría fin a aquella sinrazón. Se lo debía a si mismo, se lo debía a los dos.

Le sacó de su dolor una mano apoyada suavemente en su hombro y una voz del pasado...

-Mario...?"

No hay comentarios:

Publicar un comentario