La labor constante de ir recolocando las piezas del puzzle que nos toca vivir, que unas veces crece y otras se empequeñece tanto que parece que nos hemos quedado sol@s, a menudo es una montaña rusa de ascensos y descensos del cielo a los infiernos, donde hay que amarrarse con firmeza para no salir despedid@. Menos mal que una se da cuenta, sobre todo en los descensos, que siempre hay alguien cuya mano nos sostiene, nos espera pacientemente y luego nos regala un beso, como a los niños, justo en el lugar en que nos herimos inevitablemente.
Bendita esa mano que no nos falla nunca, que responde a la más mínima sospecha de que la necesitemos y bendito el corazón que la maneja.
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