Sin un segundo de descanso ni cuando el sueño me vence, ahí está el ejercicio de vivir...de estirar la vida hasta que se rompa. La vida cruel, injusta, desmemoriada, violenta y oscura, pero también hermosa, palpitante, sorprendente, rebelde y luminosa.
La vida que late en tu vientre, la que late en las pequeñas manos que se aferran a las mías. La que nos encontramos cada bendita mañana al despertarnos, a pesar de todos los pesares...La que se esconde bajo la espuma del mar o sobre nuestras cabezas, la que fluye despacio, imperceptible en el Arnoia o esa otra, que no vemos, pero ansiamos. Está claro que nunca seré carne de suicida, por que la vida sigue seduciéndome, aunque ahora me canse más que antes o la presbicia me haya puesto nuevas gafas. Vivir, vivir, sin más armas que las ganas ni más escudo que la voz, eso sí, voz sin cadenas ni dueño. Libre y mía.
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