Al contrario que tu y yo,
las palabras no envejecen por el uso ni por el paso del tiempo,
que en nuestro caso ha puesto esos surcos en tu entrecejo
o esas pequeñas manchas en el dorso de mis manos.
Las palabras, inmortales,
se ajan y se trasforman en polvo
abandonadas en la pluma o el teclado,
se enrancian y se afean cuando las olvidamos,
pero en cuanto las ponemos a la luz rejuvenecen,
se acicalan y resplandecen más que el sol.
Y si esas palabras echan a andar para decir te quiero,
entonces si y solo entonces,
quien ya no envejece ni muere es quien las suscribe.
Precioso y lleno de razón. Eres lo más. Un besote.
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