EL día había terminado con un profundo dolor de cabeza y mucha desgana. No le apetecía chatear, ni hablar por teléfono ni de ninguna otra manera, probablemente ni siquiera leer, así que decidió probar con la combinación mágica, analgésico y ducha caliente, a pesar de que ni lo uno ni lo otro podría eliminar el origen de su malestar, pero cabía la posibilidad de que al menos sí consiguiese hacer desaparecer el dolor.
En la cocina tomó un vaso, añadió agua y finalmente una pastilla efervescente, y mientras que esta burbujeaba hasta desaparecer, en el baño abrió la ducha y se desnudó con gesto cansino. Ya sin ropa volvió a la cocina y en un par de largos tragos bebió el brebaje transparente -cualquier medicamento le parecía un brebaje, tal era la aversión que le producían los fármacos-. Se fue al baño, cerró la puerta, se metió en la ducha y, aunque el agua quemaba un poco, no se molestó siquiera en graduarla, simplemente la dejó correr sobre su cuerpo.
Pasaron muchos minutos sin apenas moverse, intentando alejarse de todo lo que seguía retumbando en su cerebro, deseando que el agua arrastrase cada maldito pensamiento por el desagüe, hasta que, mecánicamente, empezó a enjabonarse sin prisa. De repente se dio cuenta de que se sentía un poco mejor, así que decidió dar por terminada la ducha y secarse, pero al verse en el espejo, con el pelo mojado, notó como la invadía la pereza y se dijo a si misma y en voz alta..."pues ahora no me lo seco" y se fue hacia su habitación. Miró la cama y se dejó caer tal cual, desnuda y cansada, boca abajo. Cerró los ojos y empezó a encontrarse más liviana, entrando en una especie de agradable ensoñación, porque en realidad no estaba del todo dormida...Luego, en algún momento, sintió como una gota de agua, que se había escurrido de su pelo, resbalaba siguiendo el camino marcado por su columna, hasta detenerse al final, en la curva de la cintura, "pero...pero...no puede ser", pensó, incapaz de moverse siquiera, "no puede ser lo que estoy sintiendo"... Ahora, esa misma gota, parecía ascender, muy despacio, de nuevo por el mismo húmedo sendero anterior, aunque esta vez la sensación era más cálida y estaba erizándole el vello. Sonrió y lo supo, casi al instante: ya no estaba sola.
Al llegar a la altura de sus hombros, la yema suave del dedo que había reconducido a aquella descarada gota de agua, le acariciaba ahora el cuello hasta la oreja y, ya por fin, cinco dedos contenidos desenredaron delicadamente su pelo. Mantuvo los ojos cerrados y ya no había ningún dolor ni ningún mal pensamiento, sólo la piel y las manos de su amante...
Cinco dedos acariciando uno de sus brazos y otros cinco paseando sobre la redondez de sus nalgas y unos labios, calientes, besando el triángulo goloso donde termina la espalda y de pronto nada, nada en absoluto, sólo silencio, que duró apenas unos segundos que le parecieron eternos, hasta que escuchó el sonido de una cremallera al bajarse e imaginó su cuerpo desnudo -el suyo no- y la delató un suspiro que no pudo contener, pero tampoco ahora se movió ni un milímetro, ni siquiera cuando notó aquel calor tan familiar sobre las piernas, las nalgas y la espalda, ni cuando escuchó su respiración tan cerca de su mejilla...Sin embargo, cuando volvieron las caricias y los besos y el peso de su cuerpo -no, el suyo no- se hizo más evidente, ya no pudo evitar que el ritmo lo marcasen sus caderas y sus ganas...
El deseo es siempre una buena razón para dejarse ir o dejarse llevar... Pocas cosas eran tan dulcemente intensas como esa especie de inquietud en el bajo vientre o la punzada en los riñones al sentir la lengua de su amante jugueteando en su oreja o la húmeda respuesta a las caricias...
(Continuará...tal vez)
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