La vio desde la popa de su frágil barco y corrigió el rumbo para esperarla, en silencio, con las manos aferradas al timón. Y sin apartar la mirada ni un instante de la pequeña luz verde de su velero, esbelto y fuerte, la observó alejarse una noche más.
De nada vale navegar en un mismo mar y bajo las mismas estrellas, con la proa apuntando a la luna, si los rumbos no convergen en ningún punto de la singladura, así que otra vez, la enésima seguramente, arrió las velas, se tumbó mirando al cielo y se dejó ir, suavemente, a donde el vaivén de las olas la quisiesen llevar...
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