Aquel era un verbo que solía rehuir, por que las pocas ocasiones en que lo había usado, vinculadas a sus afectos más importantes, al final había terminado por sentirse vulnerable, desnuda y expuesta hasta más allá de la piel y los huesos.
Siempre, siempre se le quedaba atrapado detrás de los dientes, mientras buscaba sinónimos o eufemismos que la ayudaran a evitarlo. Además, a menudo le aterraba la idea de que alguien pudiera interpretarlo como una dependencia o una carencia o, casi peor, un recurso de seducción...y así había llegado al punto de condenarlo al oscuro mundo de las palabras amordazadas. Ese lugar de difícil ubicación, pero omnipresente, al que algunas personas -no me atrevo a decir que todas- vamos relegando adjetivos, verbos, sustantivos, nombre propios...cuya sola idea nos hiere, nos asusta o nos desarma. Sin embargo, algunas veces hay batallas perdidas de antemano y sin querer se nos escapa alguna de nuestras pequeñas prisioneras y nos sorprendemos escribiendo, una tras otra, todas sus letras, también las del verbo del que huía siempre y que esta vez conjugó perfectamente..."n..e..c..e..s..i..t..o ....."
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