Mientras seguía con el trajín habitual, detrás de la barra, no podía evitar mirarlas a hurtadillas, sin que hubiera en ello nada más que el doloroso despertar de viejos y lejanos recuerdos y en el fondo, no demasiado en el fondo, las ganas de volver a sentir el sabor de otra boca y en la piel el calor de otra piel.
En algún momento nuestras miradas incluso se encontraron e intercambiamos una sonrisa. Luego, al irse, cruzamos unas palabras y quedamos en que volverían a vernos.
Me quedé fumando un cigarrillo viéndolas alejarse y me alegré, me alegré mucho por ellas, que además van a casarse en apenas un mes y lo contaban eufóricas, pero lo sentí, también mucho, por mi.
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