Pues sí...los pájaros, sus cortejos y sus trinos escandalosos me dan los buenos días cada mañana, las simpáticas mariquitas se han instalado en el huerto para quedarse y hay brotes nuevos donde quiera que ponga los ojos. Yo misma me siento como un pájaro, una mariquita o un brote tierno.
Cursi? Sí, puede, pero real hasta la risa, porque me río, me río muchísimo, a pesar de todo, porque obviamente una no vive en una balsa de aceite, sino más bien en un mar embravecido, pero todo llevadero envuelta como me siento entre la tierra y el sol, entre sus manos y la tierra, entre su sol y la tierra que me atrapa. Sí, tierra en todas partes. Tierra a la vista y bajo las uñas, en el olor de su cuello y nuestrtos zapatos, que siembran de huellas este último año de mi vida.
Tengo los pies más ligeros,
la risa más fácil,
los besos más frescos
y el alma más llena.
Tengo los ojos más abiertos,
el oído más atento
-uno, que mi sordera no mejora-,
las ganas siempre presentes
y mucho más profundo el sueño.
Tengo planes enormes
para estas manos pequeñas,
las caderas como a los veinte
y la espalda más hecha.
Tengo un amor que llegó en primavera,
inesperado y fecundo
y tengo sosiego.
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