jueves, 15 de octubre de 2015

OPORTO




Oporto es como una gran epístola -de aquellas de cuando todavía eran de nuestro puño y letra- con apretados renglones y letra diminuta para poder contener todas las palabras amadas, todos los adjetivos y todas las preguntas sin respuesta evidente. Entre el bullicio de sus signos, no siempre de admiración, hay viajes en que el Duero pone el llanto que corría a veces mientras escribíamos esas cartas que luego nunca enviamos...

Hacía mucho tiempo que no volvía...la última vez un pequeño Carlos pedía un rabelo, un puente y todas las casas desportilladas como viejas porcelanas y subía agotado muchas de sus escaleras. A Leire, pequeña también, pero no tanto, le daba miedo aquel mar de Gaia que, según sus palabras, gritaba tanto, pero adoraba el olor de sus vinos y sus comidas, el idioma y los colores del cielo.
Me acordé mucho de ellos y a ratos casi sentí sus diminutas manos en las mias. Pero no fue el reencuentro previsto, salvo quizá para la parte que tuvo de trabajo, pero me faltó silencio, silencio y tiempo para mi y para compartir y también eché de menos la bienvenida soledad de quien viaja con más lastre que dinero y con más memoria que sueños, porque al final una regresa a casa "casi" sin haberse manchado las manos, sin las heridas de un camino que esperaba terapéutico. Por todo ello y porque siempre termino por volver, volveré. Volveremos.

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