martes, 25 de agosto de 2015

NO SE DE QUE ME QUEJO





El sol juega al escondite con este agosto vestido de otoño, a veces llueve y a veces un cielo plomizo me aplasta el cerebro. Las moscas pican a septiembre y los mosquitos descienden mareados por los cristales.
No sé que pasa.

En el buzón recojo árboles muertos con información inncesaria y la papelera del ordenador rebosa mensajes sin abrir porque no pierdo el tiempo. Digo, no hay tiempo que perder. Pero no encuentro aquel apunte importante y una de mis babuchas se ha quedado viuda. Tal vez descanse en paz en un lugar oscuro y recóndito de esta pequeña casa, también el viejo apunte. 
No sé cuánto más he perdido.

Los hijos florecen como romeros erectos, perfumados y fuertes y a mi se me extiende el mechón blanco, marca familiar, como un río de aguas mansas. Mi madre se hace pequeña a pasos de gigante, mi hermano será padre en breve, mi padre sigue siendo el habitual desconocido que todo lo inunda de silencios hirientes y hace casi frío a ratos.
No sé porque no me encuentro.

Las escaleras truenan con pasos que corren y el ascensor tampoco descansa. El sueño, como un niño, gasta tristes bromas a deshora y me quedo en vigilia como una lechuza tuerta y me agoto, me escurro cual cera, me dejo el alma en el pábilo que arde y me reseco sobre la madera de la mesa de mis tatarabuelos. Soy resto seco de lo que antes fue fuente de luz.
No sé cuando ocurrió todo.

Descendí a los infiernos como una Orfeo cualquira y regresé de la mano de Eurídice, por tanto corrí mejor suerte que muchos. Miré de frente a algunos mostruos que dejaron mi memoria llena de amigos muertos, pero yo fui más veloz, me puse a salvo y vivo. Colgaron una espada de afilada punta sobre mi cabeza inquieta, pero conseguí librarme en su caida.
Después de todo, ni cuánto, ni porqué, ni cuándo...De verdad, no sé de qué me quejo.






No hay comentarios:

Publicar un comentario