viernes, 13 de julio de 2012

ADICTIVA TERNURA

Me cambio de ropa, recojo las greñas en una coleta -en realidad, coletilla-, me entra pereza intentar disimular las profundas ojeras con la máscara del maquillaje y decido pasar, pero lo que no perdono son
unas discretas gotas de mi Armani preferida, un pequeño lujo que sigo permitiéndome  -en realidad el único- y en pocos minutos saldré extramuros, o sea, fuera de la barra, lugar que por otra parte piso poco.

Todo está en marcha para la fiesta de hoy: las frutas, cortadas unas, licuadas otras, el ron dispuesto, el azúcar...el responsable de preparar los daiquiris (el único siciliano de Vigo, hombretón de ojos azules e infinita dulzura)...parte de la nueva terraza ya montada, las velas encendidas  y Carlos, un joven músico de magnífica voz, tocando y cantando en una de las pérgolas...La noche, finalmente, ha dejado atrás la persistente lluvia de la mañana y la temperatura es más que agradable, pero el frío, como la procesión, que dicen los más mayores, va por dentro. Me pesan las ausencias como una piedra de granito. Ella ensimismada, creo, y ellos lejos.

Señoras, señores,...la ternura es profundamente adictiva, al igual que algunos sueños, que algunas personas y que algunos compuestos que tod@s conocemos. De esto último, por fortuna, no tengo ningún enganche, a no ser intermitentemente el maldito tabaco, pero de todo lo demás me reconozco dependiente hasta lo más hondo de la médula. Dependiente y para más inri, convencida de no dejar de serlo, de modo que, queridos míos, a ti que siempre me lees y a ellos que ya lo harán, que sepáis que os añoro como si me faltase algún sentido, tres sentidos realmente...

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