viernes, 16 de noviembre de 2018





LA ALDABA A LA QUE YO NO LE DABA

Cuando sólo la tocaban los mayores, porque yo era demasiado pequeña para hacerlo, me moría de ganas de crecer para conseguirlo. Sin embargo, qué desilusión, terminé creciendo, pero lejos y no pude, y cuando pude, se había vencido una parte del tejado, la naturaleza había tomado al asalto el patio, la huerta y el jardín y hecho imposible subir la escalera de la galería, pero subí igualmente por la entrada principal, aquellos cuatro o cinco escalones de piedra y la vieja puerta de madera allí estaba, sujetándose en sus herrajes oxidados y vencidos por el tiempo y moribunda, en el centro, la no menos vieja aldaba de hierro, por fin a la altura de mis ojos y al alcance de la mano. La así con el ansia y la torpeza de la infancia enredándome los dedos y golpeé una vez, haciendo vibrar el mortal silencio del interior de la casa e insistí una vez más, pero ya no sonó, se desmayó en mi mano, sospecho que agotada de tanto esperar para hacer realidad el sueño de aquella niña que fui y cumplida su misión, dulcemente se rindió,
Desde entonces me acompaña en cada hogar que he ido teniendo, retirada de sobresaltos, que ya está muy mayor, pero siempre donde pueda verla, no sea que alguna vez tenga que dar algún otro golpecito a la memoria y me haga falta.

(RECUERDO de la casa de mis tatarabuelos y su aldaba maravillosa)

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