viernes, 20 de septiembre de 2013

NUEVO OTOÑO, VIEJAS GANAS

Comienzo a soñar en rojos y ocres y ya, ya sé que no ha llegado todavía, pero la piel lo intuye, la razón lo espera y el corazón lo desea.

Amarillean las mañanas. Hasta la tierra empieza a oler a otoño, a hoja caduca y manta en la mejilla. De hecho esta noche sentí el primer asomo de frío, doblemente, porque tu no estabas y el está en camino y aunque sé que siempre llega, me puede la impaciencia.

Ansia pueril, así ha sido desde que tengo memoria, con el primer aroma a leña en la cocina, las castañas, la vendimia, las manzanas...el crujir bajo las botas del viejo vestido de los árboles -que nos decía mi abuela-, la lluvia cálida que hará brotar las setas y reverdecer la hierba. Los primeros paseos con chaqueta, un pañuelo al cuello -mi parte más débil- y la vuelta temprana a casa, al abrigo de la lumbre o del amor sencillamente.

Soy animal de sangre caliente, pero de estaciones poco calurosas, de tibio sol y umbría, lo confieso. Necesito del agua que me recluye -o no, depende- tras los cristales, del frío que me justifica aovillada en mi lado favorito del sofá, que me permite enredarme entre tus piernas y abrazarte para darte el calor que te revive.

Como en el tren, me gustan las estaciones de paso, no el final del viaje, por eso el invierno se me hace tan largo, asentado en el gris helador de sus días y el verano tan pesado, con su calor imposible y su exceso de luz, en cambio la primavera  y el otoño, tan coloridos y variados, con la mudanza de sus paisajes...me vuelven pasajera embelesada unas veces y otras, serena tejedora de sueños.






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