miércoles, 5 de octubre de 2011

ALGÚN DÍA

Por suerte o por desgracia, las palabras son el único bien que puedo compartir, pero también el mejor regalo que puedo hacer a aquellos que quiero -y así lo sienten, creo, quienes las reciben-. Lo sabía cuando Marisol, la mujer a quien amé la mitad de mi vida, me esperaba con un beso tras leer cualquier escueta nota que le había dejado, lo supe cuando al morir mi abuela Aurora, entre sus cosas encontré cada carta, cada pequeño papel, guardados cuidadosamente. También cuando l@s amig@s recuerdan y conservan escritos de hace mil años. Incluso con las nuevas tecnologías, a las que me resistí a apuntarme, pero donde acabé cayendo inevitablemente, también sé quien me lee sin decir nada y esperando que esas palabras, escritas con mayor o menor fortuna, sean suyas. Y sobre todo lo confirmo cada día que mi hijos me piden que deje los libros e invente un cuento sólo para ellos. Sin embargo, en algún momento ya no esperarán mis cuentos por que se habrán hecho mayores, pero les escribiré otras cosas o imaginaré historias para sus propios hijos -si los tienen y si sigo aquí para contarlo-...Así que, efectivamente, este es mi único tesoro, pero a veces no queda más remedio que dejar de regalarlo, cuando esas palabras, paridas a menudo con esfuerzo, tropiezan contra un muro inamovible y, en ese caso, es mejor dejarlas estar, mimarlas y esperar mejores tiempos y que las reciba quien realmente las desee y las merezca.
Algún día tiene que ser el último, o el primero, quién sabe...

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