viernes, 11 de mayo de 2012

Ojos, orejas, manos, puertas, ventanas...todo abierto de par en par.
Cada estancia razonablemente ordenada: los niños, el resto de la familia, ella, el trabajo, los proyectos, los libros temporalmente abandonados...
Por otra parte las horas que le faltan al día y lo cortas que se hacen las noches, la vigilia agotadora y el poco sueño que no sabe a nada, comer de pie, adormecerse peligrosamente al volante y buscar espacios infinitos donde apenas cabe un alfiler...
Todo eso, y alguna cosa más que me callo, es/está en mi cerebro. El mismo que me ha traído hasta aquí sin permitir que los errores, los contratiempos, las pérdidas o los golpes, agriaran mi carácter ni me robasen la alegría...El mismo que ahora soporta portazos, ventanas que se quedan sin luz, desórdenes inmanejables, alguna deserción, alguna ausencia y mucho zig-zag en un camino que pretendía ser el más corto entre dos puntos...Y más, más que tampoco cuento,. Pero al final, cuando regresamos a casa, mi cerebro y yo, inseparables, claro, cansada hasta el silencio -que a mi para callarme hay que empeñarse mucho-, siempre  me voy mirando al mar y las luces del otro lado de la ría, intentando distraerme, inútilmente,  de la certeza que me espera al fondo del pasillo...

Buenas noches, que como digo y repito, me voy mirando al mar...
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