sábado, 1 de diciembre de 2012

CRONICA DE UN DESPERTAR

Me despertó una sirena y el frío en la nariz, después de haber dormido plácidamente en el sofá, con una de las ventanas entreabierta y la gélida noche, alevosa, colándose por los rincones.

Me costó cierto tiempo y esfuerzo recuperar mi forma original, después de horas abrazándome a mi misma, convertida en un totum revolutum de brazos, piernas, espalda, pies y cabeza amalgamadas, pero pese a todo fui capaz de enderezarme sin dolor. Mis primeros pasos, torpes todavía, me llevaron hasta la cadena de música y un dedo errático buscaba el play, pero el cerebro, más despierto de lo que parecía, en el último instante dio la orden precisa y me fui hacia la cocina en silencio, sólo roto por la algarabía de las gaviotas y el ronroneo lejano de algún coche.

Un par de hermosas, aromáticas y dulces naranjas me regalaron su zumo, que bebí a sorbos cortos y placenteros, de pie, en la cocina, mirando distraída algunos detalles pendientes. Mecánicamente, sucumbiendo a las propias rutinas, fregué el vaso y las piezas del exprimidor y me fui al baño. Abrí el grifo de la ducha, hice un pis que ya era absolutamente urgente y me desprendí de la ropa del día anterior, ya que el sueño, tan difícil a veces, en otras ocasiones como esta me ha pillado a traición y yo me dejé pillar, no fuese a irse.

El agua estaba demasiado caliente, pero aún así no quise regularla, hasta que a fin mi piel dejó de sentirse abrasada. Hace mucho tiempo que una simple ducha no me resultaba tan gratificante y terminé de traspasar la línea entre la noche y el día sintiéndome felizmente despierta, tan feliz y tan despierta que, al amparo de la soledad y de la falta de prisa...propicié un magnífico y sonoro orgasmo que terminó de alegrarme la mañana. Luego, en albornoz y babuchas, me he sentado frente al teclado, he revisado los posibles quehaceres para hoy y me he puesto a escribir, casi sin darme cuenta y por supuesto, sin ningún falso pudor, para desear que tengáis un sábado tan bueno como auguro que será el mío y ahora, voy a vestirme y a darme un buen paseo por el mercadillo del Casco Vello con la mejor de las compañías, o sea, con mi señora madre.


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