domingo, 23 de diciembre de 2012

DEL TEMPLO A LA TABERNA

Decidida a no moverme ya de casa, he ido a ponerme cómoda y me ha pasado una cosa curiosa. He cogido una camiseta y al ponérmela me he visto a mi misma hace muchos, muchos años. Sin darme demasiada cuenta he recordado, como si fuera ayer, un día de mi vida, un día en concreto...y lo he disfrutado casi como entonces.

Como decía, hace mucho tiempo, estando de cañas con varias personas, entre las cuales dos estaban pasando unas breves vacaciones en la ciudad en que yo vivía,  comenté que debía retirarme pronto porque al día siguiente tenía que madrugar e interrogada por el motivo expliqué que me esperaba un largo periplo en busca de unos documentos familiares que, tal vez no apareciesen, bien perdidos durante la guerra del 36 o bien en un incendio anterior en el registro correspondiente o incluso podían estar en otro archivo que desconocía. Hasta ahí nada de particular, pero unos minutos después, una de las personas que estaban de visita se ofrecía a acompañarme y ya de paso conocer un poco mi zona. Todo el mundo estuvo de acuerdo, incluida su pareja.
(Debo aclarar que con esta pareja simplemente compartía amigas comunes y un, me temo, nada disimulado interés por una de ellas, justo la que se brindó a acompañarme).

Como entonces no tenía coche, decidimos hacer el pequeño viaje en autobús, que era la única opción posible y salimos muy temprano. Compartimos desayuno y ya no dejamos de charlar ni un sólo minuto: de ella, de mi, de porqué necesitaba esa documentación, de los orígenes de mi familia, de la suya, del paisaje, de los lugares por lo que iba llevándonos el viejo autobús de línea, por una carretera entonces estrecha y mal asfaltada de la Galicia profunda, en la provincia de Lugo. Preguntaba sin cesar y yo le hablaba de mi infancia, tan vinculada a aquel recorrido, de recuerdos que creía olvidados y poco a poco empezó a calentar el sol de la mañana.

Llegamos a nuestro destino y respetuosamente silenciosa fue acompañándome en mis gestiones, infructuosas en esta primera parada, pero continuamos camino, otra vez en autobús, a la casa familiar de mi abuela materna, donde mi tía abuela y su familia nos invitaron a comer y me indicaron hacia donde debía dirigirme luego, para seguir con mi búsqueda. Y eso hicimos, irnos, pero nos encontramos con que el próximo transporte, en realidad el único que habría ya aquel día, pasaría mucho más tarde, de manera que le propuse que intentásemos hacer el trayecto andando y si acaso luego, en auto-stop -idea bastante peregrina, porque el tráfico de la zona era más bien escaso-.

Antes de dejar atrás las últimas casas, nos detuvimos a beber agua fresca en el manantial que brotaba -y brota- junto al viejo lavadero comunal, para luego seguir caminando un buen rato sin hablar, pero de repente se me ocurrió enseñarle, ya que nos pillaba de paso, un pequeño riachuelo junto a un prado de mi familia en el que solía jugar cuando, en las vacaciones escolares, pasaba unos días por allí. Ella accedió encantada y dejamos la carretera. Efectivamente, seguía siendo un lugar cálido y agradable, aunque el riachuelo apenas llevaba agua en ese momento, así que nos dimos un paseo por el cauce casi seco, mientras hablábamos de mi crisis de pareja, en pleno auge en aquel entonces y de las dudas sobre la suya. El caso es que, por más vueltas que le doy, no consigo recordar que provocó que nos encontrásemos frente a frente, peligrosamente cerca, tan peligrosamente que nos besamos, dulce y apasionadamente a la vez y tampoco sé cuanto duró aquel beso ni como luego seguimos caminando, en silencio, por la maltrecha carretera, una al lado de la otra, rozándonos apenas.

Un coche se detuvo a nuestra altura y se ofreció a llevarnos, el único que vimos en todo el camino,  pero al unísono agradecimos el gesto y continuamos caminando. Llegamos a una iglesia que yo no visitaba desde hacía muchísimos años, pero que recordaba perfectamente. Frente a ella estaba la casa parroquial, donde me apresuré a llamar en busca de información, que esta vez sí encontré y que me sería de mucha ayuda más adelante, aunque no aquel día. Tras despedirnos del anciano y amable párroco, nos dimos un paseo por el recinto, mientras iba contándole anécdotas infantiles e incluso visitamos el panteón familiar. Hacía calor y nos recogimos en una pequeña casa baja, adosada a la iglesia que hacía las veces de aula de catequesis y cuya puerta yo recordaba siempre abierta, como así fue. Ahí, inevitablemente, nos besamos de nuevo, con tantas ganas que nos dio miedo y acabamos por sentarnos en un banco. Bueno, no, yo me senté en el banco y ella se recostó, colocando su cabeza en mi regazo, mientras ambas recuperábamos el resuello.

Estuvimos así algún tiempo, hasta que sin darme cuenta, mientras intentábamos distraer el deseo hablando atropelladamente, acaricié su pelo y su cara, el contorno de sus labios, su barbilla...y ella respondió acercando una de sus manos y tomando suavemente la mía, para ir acompañándome, reconduciendo mis tímidas caricias a otros lugares de su cuerpo....Entonces vi como con la mano libre soltaba el cinturón de su hebilla y temblorosa pero firme desabrochaba el botón de su vaquero y bajaba la cremallera...No recuerdo hasta entonces, en toda mi vida, una punzada de deseo, rozando el dolor, como en aquel instante, sobre todo porque en aquel inesperado momento todavía no sabía que eso mismo seguiría sucediendo durante mucho, muchísimo tiempo después.

En realidad apenas ocurrió mucho más..., obviamente no era el mejor lugar para amarse, de manera que conseguimos llegar al siguiente pueblo y tomarnos por fin, unas ansiadas cervezas, que refrescasen nuestras resecas gargantas, para luego tomar un último autobús que nos devolviese al lugar de origen, mientras cantábamos una canción de El Último de la Fila: "Del templo a la taberna", que con el tiempo, siempre que la escuchábamos de nuevo, nos daba mucha risa.



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