martes, 6 de septiembre de 2011

CUENTO SIN CUENTO

Sólo después de un rato reparó en un gran cartel rogando silencio y en otro, algo más pequeño. pero más rotundo, que rezaba"Llamen antes de entrar". Lo cierto es que, en realidad se había detenido sólo a contemplar la puerta, que sin ser demasiado antigua, lucía recia y añosa. Acarició las molduras de la madera pensando que quizá estaban hechas a mano y que de algún modo estaba también acariciando con la suya la mano de quien hubiera hecho tan magnífico trabajo y en ese mismo instante se dio cuenta de que una de las hojas cedía a la presión, sin un ruido, silenciosa y suavemente, como si cada bisagra hubiera sido engrasada recientemente. No pudo resistir la tentación y empujando un poco más, introdujo primero la cabeza y se maravilló al ver una especie de atrio porticado. Después de la curiosa cabeza siguió obediente el resto del cuerpo, cerrando la puerta tras de sí.
Pasaron unos minutos,supuso, pero podría haber sido más tiempo, tal era la fascinación que le producía aquel lugar. Recobrada la conciencia caminó asombrándose de la soledad reinante, salvo por los pájaros, que si bien no los veía, sí acompañaban con sus trinos el lento deambular en el que se encontraba.
Sin darse cuenta, nuevamente se sorprendió al sentir el tacto de la piedra granítica, y como siempre, la vio más con las manos que con los ojos. Sintió al cantero en aquella columna tan sencilla y tan hermosa, percibió incluso cada diminuta huella del cincel y una especie de instinto olvidado hizo que acercase la cara hasta poder encontrar el perfume a tierra y a mar que guardaba la piedra en recuerdo del lugar en que fue arrancada...Fue tal el efecto, tan profundo, que las lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas, sin ningún dolor, todo por la emoción en el estado más puro y animal, probablemente.
Una vez recuperado el aliento y sólo cuando sus ojos se despejaron de su acuosa cortina, se encontró con una diminuta lagartija, que sin prisa se encaminó hacia la salida. La siguió inconscientemente, con cuidado de no acercarse demasiado, no fuera a asustarla o algo peor, a pisarla...y de repente se detuvieron ambas. Sin dudarlo tiró de la gran puerta y esperó a que el pequeño animal saliese primero, no fuese a ser, como decían sus ancestros, un alma en pena buscando consuelo.
También ella salió de nuevo al exterior, cerró la puerta y retomó su paseo, más despacio, sin mirar atrás, pero con la sensación de que aquello en donde ponemos nuestra energía y nuestro esfuerzo acaba por impregnarse de una especie de pátina de nosotros mismos, que pervive más allá de nuestra caduca humanidad y que sólo algunas personas son luego capaces de acariciar levemente, pero cuando ocurre, de algún extraño modo, nos hace inmortales. Sonreía.

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