lunes, 13 de mayo de 2013

CINCUENTA

L@s amig@s bromean cariñosamente, incluso algun@ me halaga con sus comentarios y la familia hace reflexiones en voz alta sobre la "seriedad" de llegar al medio siglo, mientras yo siento cierto vértigo al comprobar lo condenadamente deprisa que ha pasado el tiempo, aunque no me parece más serio que cumplir cualquier otra edad, salvo por el detalle nada nímio de que es más que probable que no lleve la cuenta de otros tantos. Sin embargo, algo más debe pesarme en el subconsciente, porque llevo varios días mirándome el ombligo, extrañando a los que he ido dejando en el camino, añorando un retorno a la lejana infancia, despreocupada y feliz y sobre todo, echando de menos facetas de mi misma que no han soportado el paso y el peso de los años. Cincuenta. Esencialmente soy yo, pero lisiada de algún modo y eso me entristece.

También es cierto que donde hubo pérdidas, luego hubo hallazgos, descubrimientos inesperados en mi y en mi vida, que han ido equilibrando la balanza, de modo que necesariamente he tenido que detenerme en el pasado reciente y en el presente de esta primavera enloquecida y hacer el ejercicio nada grato de dar algún tijeretazo a esa especie de lazos invisibles que parecen atarnos irremediablemente y que no sabemos que no es cierto hasta que realmente estamos preparad@s para soltarnos. No es fácil ni indoloro, pero sí imprescindible.

Por supuesto he pensado en quienes han ido llegando ya en la madurez (que se me supone y que quizá fuese bastante discutible, habida cuenta de mi empeño en envejecer -no físicamente, que es imposible- más que lo justo para no perder pie..) y la sonrisa ha vuelto a borrar cualquier rastro de nostalgia. Ahí están personas a quien lamento no haber encontrado antes, pero que celebro cada día la fortuna de que se hayan ido quedando...: un corazón indómito y generoso, con quien a veces me mal entiendo, pero creo que de lealtad incuestionable -y recíproca-; un par de mujeres peligrosas, de esas que piensan y escriben; un torbellino de ojos azulísimos y alma negra y bella; un cerebro que nunca descansa y un corazón siempre a la fuga; un pequeño envase de bordeces, de risa encantadora y más blandura que vergüenza; un hada menuda y sentimental; un joven torrente que endulza las aguas de este viejo mar; alguien que me ha dado una parte de su familia y compartido el resto sin fisuras y por último, aunque no menos importante, una recién llegada que huele a tierra y como ella, es fértil en todos los sentidos.

Así que, dentro de nada cumpliré esos cincuenta años, ese medio siglo y lo haré con menos lastre y más amig@s y convencida, pese a todo, de mi buena fortuna. Y lo haré, como siempre, siendo esclava de mis palabras -voluntariamente- o víctima inocente de ellas a veces, sin quererlo, pero aun así, escribiendo.


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