viernes, 31 de mayo de 2013

AL FONDO DEL MAR

Una se levanta cada bendita mañana con la firme decisión de vivir y dejar vivir; ganarse el alimento, el vestido, el techo, arañar si se puede -que cada vez es más difícil- los ratos de sosiego para estar con los que amamos y el ocio necesario para no enloquecer. Lo más natural, común y saludable o así debería ser y sin embargo, una sigue tropezándose con indivíduos cuyo único propósito parece ser el de dinamitar el bienestar y la tranquilidad de los demás en todos los sentidos (je, y no hablo de los políticos que a cualquiera se le pueden ocurrir...aunque entrarían en la lista sin mucho problema).

Es cierto, obviamente, aquello de que no elegimos a nuestra familia y sí a nuestr@s amig@s y amantes, lo cual tampoco garantiza el acierto, porque a menudo erramos más de lo que atinamos, pero es algo que puede resolverse de la forma más sencilla, cambiando de rumbo y tripulación en el primer puerto posible y listo. Pero la familia no, que para eso nos educan en el vínculo irrompible, en la lealtad a cualquier precio para con los miembros del clan, incluso cuando uno de ellos pueda convertirse en uno de esos indivíduos que mencionaba más arriba, embebidos en la convicción enfermiza de que el mundo es un lugar desapacible, putrefacto y desordenado donde sólo ellos tienen la razón y las armas para que todo recupere el orden que creen incuestionable. Y es en estos casos cuando el daño se vuelve entonces mucho más profundo y la impotencia se instala en nosotr@s como un mal tumor, que crece y nos devora.

Siempre que me encuentro con alguien así, que intenta herir o hiere a quienes ha tenido más cerca y le han querido, lo primero que me asalta es pensar si ell@s son capaces de querer a nadie, ni siquiera a si mism@s y por supuesto, la única respuesta que soy capaz de darme es que NO o que si quieren lo hacen de la peor manera posible y acabo debatiéndome entre la pena infinita y las ganas de arrojarles al fondo del mar, porque son enfermos terminales y no del cerebro precisamente, sino de lo que quiera que sea que alberga los sentimientos que nos humanizan al resto de los mortales.

Hoy estaría mucho más por la segunda opción: tirarles al mar con un traje de cemento.

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