domingo, 12 de febrero de 2012

COMIENZO, pág. 2

Han pasado varios días desde el banal incidente del vino, pero volvió a recordarlo al ponerse frente a su Mac, todavía con salpicaduras y eso la distrajo momentáneamente de su idea original, que en el fondo no era más que lo de siempre, hacer una especie de backup de su cerebro y a veces, también emocional. Había que hacer hueco en el disco duro, pero sin riesgo de perder información y sobre todo, para no permitir que el tiempo modelase a su antojo los recuerdos o las ideas cuando fueron concebidas.

Dio un soplido a los rizos que se empeñaban en caer sobre sus ojos, colocó los dedos en las teclas y decidió que sería mejor ponerse con la novela, aunque la disciplina no era precisamente una de sus virtudes.

"Después de haber perdido, probablemente, a la persona que más había amado en toda su vida, las horas se le iban en absurdas cavilaciones, en paseos sin destino y en imaginar mundos que no eran el suyo, ten tedioso, tan vacío y tan desolador. Nada parecía tener demasiada importancia y además se reconocía cobarde. Una solución hubiera sido un disparo en la sien, pero no tenía armas, o una soga, pero los cadáveres de los ahorcados siempre le habían parecido poco estéticos, sobre todo para quien tenía la desgracia de encontrárselos balanceándose suavemente. La opción de tomarse un número indefinido de pastillas, como para dopar a un elefante, la había considerado seriamente, hasta el punto de acumular cuanto fármaco fue capaz de encontrar por su casa, pero tampoco, porque...¿y si en lugar de morirse se ponía fatal o peor aún, y si se moría, pero tras una insoportable agonía?. No, el suicidio no era una buena solución. También para eso se sabía cobarde."

Suspiró tan profundamente, que incluso la devolvió a la realidad de la incómoda silla, del portátil y de las entrañas reclamando algo de cenar. Aunque tal vez no fuese hambre, ya que la noche anterior había sido de excesos varios y lo más probable es que su pobre estómago siguiese
lamentando la salida...Eso sí, sólo el, porque el resto de su persona había disfrutado casi todo el tiempo. En realidad lo malo llegaría por la mañana -madre mía, qué mañana!-, resaca, sueño...en fin, esos pequeños peajes que hay que pagar después de algunas juergas.

Una sopa caliente y algo de fruta serán suficientes para recuperar el tono, pensó, mientras trasteaba por la cocina y de repente se acordó de que el protagonista de su novela no tenía nombre e igual de súbitamente, un nombre acudió directamente a su boca: Mario, un escritor hábil, pero frustrado.

Hummmm, Mario. Mediana estatura, pelo entrecano, rozando los cincuenta, de aspecto indolente, una indolencia impostada, que en realidad era un mero disimulo del dolor de su propia soledad.
Mario, inseguro y cobarde...Sí, quizá podía ir pensando también en el título, tal vez..."Mi vida sin Mario", o no...

(...)

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