sábado, 10 de noviembre de 2012

ADIOS

Desde el preciso instante en que dejó de importarle se sintió más liviana, tal vez no exactamente más feliz, pero sí más libre.

Había pasado casi la mitad de su vida guardándolos, por eso cuando aquella tarde todo se quebró y cada uno de ellos desapareció mágica e inquietantemente, ella supo lo que significaba una frase que había escuchado muchas veces, descubrió en carne propia "un dolor como una puñalada", además una puñalada muy honda. No entendía como había podido írsele todo de las manos, sabiendo como sabía de su fragilidad..., pero sucedió y nada pudo hacer por evitarlo. Ahora sólo quedaba recoger los pedazos y en su lugar abrir una ventana, quizá mirando al sur.

Con las manos desnudas, tomó uno a uno cada pequeño resto del que había sido el bello contenedor de sus sueños: sus manos, sus ojos, su voz, su cintura, su cordura, su tenacidad, sus pies descalzos, su dureza, el amor que le quedase, tan roto que era difícil de saber..., sus largos dedos, su ternura, sus promesas -que fueron las últimas que recogió...- y con dulce cuidado depositó todos aquellos desmenuzados retazos de sueño y de historia en el único rincón posible, al fondo,  muy, muy al fondo de la memoria.

Cauterizó las heridas sufridas en el proceso, se lavó la cara y abrió de par en par el cajón donde guardaba olvidado el corazón, lo puso al sol y el mundo entero se coló, ruidoso y sorprendente, por debajo de su puerta.

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