sábado, 17 de noviembre de 2012

TOMAS




El es Tomás, un hombre grande físicamente y un gran hombre. 

Algunas de las  personas que dedican un poco de su tiempo a leer este pequeño blog, que cada vez es menos pequeño -y me refiero al tamaño, no a la calidad de lo escrito, que eso es más discutible- ya le conocen, porque también son mis amigos, aunque debería de decir que Tomás ha sido mucho más que un amigo. Ha sido como un abuelo de madurez, de MI madurez, con lo cual le he disfrutado con toda la consciencia y con todo el placer del mundo. De esas manos que veis, manchadas por el tiempo, han salido infinitos gestos de ternura y sostuvieron a mi hija Leire el primer día de su vida en casa. He compartido con él mantel, siestas en el sofá, partidas de cartas, charlas, incluso estancias en el hospital e incontables abrazos en  momentos muy duros y también en los días más felices.

Tomás es además un navegante de la meseta, un soñador que, con esas mismas manos ha inundado de maravillosos barcos nuestros hogares -el nuestro le bautizamos con su nombre-
. Barcos que construía reciclando los materiales más inverosímiles, para convertirlos en obras únicas, dedicándoles cientos de horas y de paciencia. sentado junto a la ventana de la galería de su casa, con la perra a sus pies y sus pájaros acompañándole.

De imaginación inagotable, con las viejas cañerías de plomo nos maravillaba con fantásticas figuras de ajedrez, de  las que yo tengo un juego que me regaló hace años, de  moros y cristianos y que conservo como uno de mis mayores tesoros. Hace ya mucho que dejó de hacerlo, porque el fundido y filtrado del plomo, a pesar de usar mascarilla, hacía polvo sus maltrechos pulmones, heridos de muerte desde sus años en las voladuras de las montañas de Jaca y cuando ya tampoco le era fácil pintarlos, yo lo hice para él en varias ocasiones.

Tomás ha sido para mi, siempre, un hombre admirable, tan castellano, erguido, fuerte, sereno, distante en apariencia, pero tierno como nadie en los momentos justos. Un hombre lleno de recursos y con una lucidez que, por desgracia sigue manteniendo también ahora que su vida se acaba.

Ayer supe que se acercaba el final y me quedé entre una profunda tristeza y la rabia de estar tan lejos. No está sólo, está su familia, sobre todo su hija Marisa, que ha cuidado de su frágil salud cada bendito día, pero me hubiese gustado poder darle las gracias otra vez y decirle de nuevo lo mucho que le quiero.

Desde que regresé de Madrid ni una sola vez he dejado de ir a verle. Si el poco tiempo disponible me hacía elegir entre una u otra persona, siempre han sido otros los que han quedado para mejor ocasión, porque verle era como estar de nuevo en casa. La próxima vez será mucho más amargo, sin embargo, para quien como yo no espera nada más allá  del final de la vida, pero que sí creo firmemente que es el olvido lo que de verdad nos mata, sé que Tomás no se morirá nunca del todo mientras yo y los que hemos tenido la fortuna de conocerle tengamos memoria. Gracias por hacerle también un hueco en la vuestra.

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