viernes, 16 de noviembre de 2012

BUENOS DÍAS...

Se despertó sin motivo aparente, echó una ojeada al pequeño despertador y murmuró...las tres y nueve minutos... Sin embargo, ella dormía plácidamente. Su rostro, a pesar de la penumbra,  se veía absolutamente sereno, su respiración lenta, profunda y acompasada le proporcionó una falsa calma, por que unos segundos después retiraba la fina sábana que cubría aquel cuerpo curvilíneo que conocía tan bien.

La miró durante unos minutos que le parecieron eternos, dudó, se recostó nuevamente, abandonada a su desnudez y a su insomnio y de repente, una sed imposible la obligó a levantarse para buscar un poco de agua, que terminó bebiendo en la cocina mientras fumaba un cigarrillo.

En algún momento fue consciente de sus pies descalzos y helados y regresó a la cama. Ella, también desnuda, no se había  movido ni un milímetro, pudo olerla sin rozarla siquiera y se acercó como un felino. Tomó aliento y acarició el interior de sus larguísimas piernas, dibujó el contorno de sus pies y lamió sus dedos con tal placer que ella, sin despertarse, gimió y se arqueó levemente, excitando todavía más sus sentidos. Reconoció la curva de de su cintura y su vientre, besó con ternura aquel lunar cerca del ombligo y lentamente fue recorriendo los recovecos, la zonas de sombra y de luz, su escote, sus hombros, sus senos, su cuello...y ella, con los ojos cerrados, sólo gemía como a descargas eléctricas, sacudiéndose visiblemente. Cuando llegó al lóbulo de su oreja, humedeciendo cada pliegue, ella se giró inesperadamente, entregándole la espalda y un esbozo de sonrisa.

No se dijeron nada, no era necesario, sus cuerpos hacía mucho tiempo que se entendían sin más comunicación que un sutil gesto, una mirada, una mano guiando otra mano, una cierta presión en el instante deseado... Las palabras en madrugadas como aquella eran más bien un estorbo, un desperdicio de la energía concentrada en gozarse en la penumbra de su cuarto, rota sólo por sus jadeos cada vez más sonoros y por el sol de la mañana, que una vez más, las encontró abrazadas y entonces sí y sólo entonces...se escuchó un buenos días.



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