martes, 26 de marzo de 2013

LOLA, IAGO, ANA..

Han ido pasando las horas -en realidad dos días ya- y no he encontrado el momento de pararme. Por algún motivo que se me escapa, mi vida parece ir a la velocidad de la luz y yo mucho más despacio detrás de ella, aunque poco a poco parece que acorto distancias, que los ritmos se acompasan e incluso las emociones van ocupando el espacio que les corresponde. Y todo ello sin más truco ni más magia que las ganas y también, como no, gracias al último fin de semana, que pese a haber sido un auténtico homenaje a la improvisación y pese también a algún breve momento de ira, ha sido una inyección de descanso y de calma. Muchísimas novedades, pero desde el primer segundo ha prevalecido la placentera sensación de estar como en casa y entre gente que corresponde al amor que les tengo, con creces siempre.

Nada más llegar al punto de encuentro, hasta el tiempo nos brindó una tregua y el sol permitió que nos acomodásemos a esperar en una terraza, aunque ni siquiera pude encender un cigarrillo cuando les vi venir. Ahí estaban los tres, Iago hecho un tiarrón con toda su barba, los rizos inconfundibles de Lola y sus andares y a medida que me iba acercando, a la carrera para salirles al paso, Ana, discreta y sin ruido se iba quedando unos pasitos atrás. 

Qué extraño se me hace todavía ser yo quien me pierda en los brazos de Iago, después de haberle tenido perdido entre los míos tantas veces...porque me cuesta creer que han pasado ya tantos años...Pero me dejé abrazar y besar, le abracé y besé su barba, sus ojos, sus labios, su cara, sus manos...que la última vez que nos vimos había sido tan deprisa que me quedé con todas las ganas...Luego Lola, como si nos hubiésemos visto el día anterior, con su contacto dulce, con el tiempo detenido en su boca, con su olor..Y por último,  Ana, nos sonreímos y si la memoria no me falla, lo primero que dijimos fue que "al fin"y sí, al fin nos dimos un largo abrazo, cálido e intenso, como era de esperar...y como era de esperar también...su suave aroma a vainilla.

El día transcurrió sin sobresaltos, entre charlas, risas, paseos, encender el fuego, mi hijo, mi hermano, mis otros amores, viejos y nuevos y la noche, en una de las casas más cálida y apacible que conozco, porque en realidad es una extensión de quien vive en ella y fue como dejarse caer sobre una nube, blandamente. Hablamos sin prisa, acurrucada a su lado en el sofá, mientras una de sus manos acariciaba mi pelo, más cano y corto que hace treinta años y la otra entre las mías...y así me dormí, como si no hubiese dormido en mil años. De hecho, después del desayuno y el largo paseo de la mañana...creo que todavía seguía en un sueño y también luego, en el camino de regreso al mar, así que queda pendiente otra escapada, aunque esta vez sola.

Ah, y al final perdí mi apuesta.















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