miércoles, 27 de marzo de 2013

PARA MARIA

HABIA UNA VEZ (no podría empezar de otro modo) un hada... Como todas las hadas con más ternura que talle, más alegría que estatura y nombre demasiado común para alguien tan poco común.

A María la encontré una tarde cerca del mar y aunque la esperaba, en realidad apareció de un salto, como una curiosa Campanilla, pero mi atención abstraída en un seductor animal marino y lo breve del encuentro me impidieron apreciar lo hermosa que era en realidad.

Pasado un tiempo fue ella quien vino a verme, con sus ojos llenos de brillantes estrellas y entonces sí pude observar sus alas de hada valiente, sus generosas manos y sus piececillos dispuestos siempre a ir un pasito más allá. Se perdió de madrugada en mi sofá, ella, tan pequeña y aparentemente tan frágil -todo apariencia, lo juro- y la rescaté improvisando un cuento con Pinochos, delfines, ranas y duendes, cuando ya casi amanecía de mi noche más triste y la suya más sorprendente, que empezó por intentar arrancarse viejas espinas y buscar flores nuevas y terminó recolectando espigas.

La ví irse a dormir, con sus alas plegadas, los ojos casi cerrados, pero la sonrisa perenne y a las pocas horas volver a compartir conmigo rincón, manta y conversación, sonriente todavía y luego marcharse de nuevo a su orilla, otra distinta a la mía y a otro mar también distinto y nos despedimos como sólo se despiden quienes saben que volverán a verse siempre...con un hasta pronto.
Y pronto, muy pronto volveremos a encontrarnos.







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